Somos parte de un lugar y como nosotros, lo son los recursos que le son accesibles. Por supuesto estos pueden cambiar con el tiempo, vienen y van mercaderes y con ellos sus siempre codiciadas diferencias. Nos pierde lo exótico y lo extraño al punto de olvidar que nuestro cotidiano es algo extraordinario al otro lado del río. Ese mal de las montañas siempre nos hace querer saber qué habita allí donde no alcanza la vista.
Pero en el bordado, las manos son el horizonte y las que trabajan a nuestro lado, referencia, aprendizaje y aliento. Aprendemos de lo que vemos hacer y ese trabajo se construye a base de ensayos. Por supuesto nunca se hace igual, cada maestrillo tiene su librillo y el creador que todos llevamos hace de las suyas, mezcla colores y texturas y va, de capa en capa, creando el lenguaje propio de un espacio. A este le llamaremos territorio.